miércoles, 16 de enero de 2013

Medica


y le tocan más exámenes. siento que me los hacen a mi. y sus dolores también me duelen, y resuenan sin escapar en el bucle hipnótico de mis huellas dactilares. hace poco habíamos hablado de las huellas, o si constituían alguna especie de destino. ese caracol orgásmico de dudas del que emerge una silueta que me reclama una atención de memoria háptica, no la veo no la recuerdo la toco.

Sufro su fiebre y el sudor de su cuerpo en mis manos. Vulcetich y Hoover, pensaban que uno imprimía su identidad en las cosas, que esas ondas geológicas emergidas desde quizá que volcán interior, donde vive un Hefestos hacedor de herramientas, no tenían posibilidad de cambio y constituían un fatum que aseguraba con una cuerda los movimientos de los dioses interiores. Circunscribiéndonos a una única dimensionalidad, o capacidad de experimentación: la de los actos, el movimiento de sí mismo en el tiempo. Quizá no cambien y se impriman en todo lo que toco, pero sus ondas se llenan y al final desaparecen ¿Me desaparecen? ¿Por qué desaparezco? ¿Son mis partículas en ella o la fiebre de ella en mi? ¿Son ambos fenómenos? 

Quizá esas ondas –no escondidas, ni escarbadas en el alma- son refugio de alguna de mis penas y mis glorias. No es el calor de la plancha que las borran, es el proceso de erosión humana, una torsión erótica efervescente. Te toco dulce, me lo permiten mis huellas, y quizá te toquen también las cosas más importante que soy. Y todas ellas reverberan como cuando te veía y no te tocaba, miro mis manos y en ella encuentro que te sostengo -los acantilados al borde de mis palmas se erosionan. Los rugidos de las ventiscas hacen eco en todas las escarpas y me siento al borde con esa angustia de no saber lo suficiente de ti.

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